viernes, 2 de noviembre de 2012

La Aldea, Parte I



     Hola a todos, de nuevo. Sí, ha pasado prácticamente un año desde la última vez que  escribí algo en este blog. Todo comenzó siendo un ejercicio puntuable de la universidad. Mis dos compañeros y yo aprobamos la asignatura holgadamente, y el blog se quedó algo colgado. Me hubiese gustado mucho seguir, pero el tiempo no apremiaba. Sin embargo, hoy, después de trabajar, he sacado hueco para volver. No sé cada cuanto apareceré, pero espero que más que todos estos últimos meses. Seguiré haciendo historietas cortas, pero esta vez posiblemente tengan relación (el motivo es que he dejado de estudar Ingenería Multimedia para estudiar Diseño Artístico  de Videojuegos), pues tendré que diseñar un videojuego, y basaré estos relatos cortos en el desarrollo del mismo. Por lo menos varios de ellos.


De modo que allá va.


     Era otra dura jornada de frío intenso. Eikki movía con pesadez la carreta entre los pocos cultivos que sobrevivían al hielo. Los agricultores iban dejando lo poco que recogían en la carreta del muchacho, quien la llevaba hacia el caserón principal de La Aldea.

    La Aldea era lo único que habitaba la Inmensidad, esa eterna planície de hielo, más allá de la cual no existía nada. La Aldea era el nombre de su hogar, donde vivían unas cuantas famílias, que cultivaban unos pocos vegetales resistentes al frío, y criaban su escaso ganado. Pero aquel año era todo aún más frío, tan frío que los animales no lo resistían, e incluso sus vegetales se helaban. Iba a ser un año muy duro, y aún más para él. No tenía a nadie que lo esperase en casa, era huérfano.

     No recordaba en absoluto a sus padres, por lo que no le apenaba la idea de ser huérfano. Sin embargo, cada vez que miraba al oscuro horizonte le recorría un escalofrío: según Reigar, habían muerto por desobedecer las normas, y marcharse hacia la Inmensidad. Y es sabido que allí sólo hay hielo y muerte. Despejó rápidamente esos pensamientos de su mente, y tiró con más fuerza de la carreta, el caserón de Reigar estaba cada vez más cerca.

    Entró abriendo el portón de madera, cargado con un pequeño saco lleno de comida fría (pues antes de entrar había tenido que dejar el carro en el almacén). Reigar era lo contrario que él, grande, fuerte, peludo (salvo su cabeza, totalmente libre de pelo). Eran tan distintos, como lo era el interior de esa casa al exterior. Fuera los colores pálidos de la nieve y el frío se confundían con un cielo por siempre gris y agitado, mientras que dentro del caserón del alcalde el fuego daba un aire hogareño y acogedor, iluminando nítidamente todo aquello que su luz alcanzaba. El líder de La Aldea recibió al joven extendendo sus brazos.

-¡Al fin llegaste, Eikki! Ha sido un duro día de trabajo hoy, ¿no crees?
-Sí, señor-Respondió Eikki- Y parece que irá a peor.
-Cada vez el reparto de comida es más difícil. Roguemos ayuda a Dios para que mejore el temporal.
-Pero el señor Zakaria...
-¡Zakaria no es más que un loco! Los Antiguos nos han dejado un legado para que lo perpetuemos, no para que lo desperdiciemos en campañas inútiles. ¡Si le haces demasado caso acabarás  tus dias hecho hielo!
    Entonces una voz suave sonó desde el otro lado de una puerta entreabierta. Casi tan dulce como el olor del humillo que se colaba desde ella, que posiblemente emergiese de un apetitoso plato de carne asada.

-No seas tan duro con él, cariño. Es normal que el niño se engatuse con las historias de Zakaria.

    De allí se asomó una mujer de largo pelo cobrizo y penetrantes ojos verdes, secándose las manos en un roido delantal. Era Magnhild, la esposa de Reigar.

-Pero no es bueno que llene la cabeza del niño con tonterías peligrosas.-Respondió el alcalde-.
-¿Por qué no cenas con nosotros esta noche?-Preguntó la mujer- Tenemos koira asado. Además, nos vendrá bien algo de compañía.

    Los koira fueron animales de compañía, apenas medio año atrás.

-No, gracias. -Respondió el joven- Hoy ha sido un día agotador, y...
-Deberías comer más.-Dijo Reigar, dándole una fuerte palmada en la espalda-  Puede que vaya a ser una época dura, pero no deberías descuidar tu ración de comida.
-Es cierto. -Añadió Magnhild- Comer es un lujo que aún nos podemos permtir, no deberías poner en juego tu salud.
-No es eso, sólo que esta noche prefiero descansar. Gracias por vuestra hospitalidad, mañana vendré al amanecer para recoger los tablones.

    Eikki se marchó del caserón de Reigar con un par de kreekas en la mano. Eran unos pequeños frutos de cáscara dura e interior seco, pero algo carnoso. La comida solía ser seca, pues de lo contrario se helaría. Magnhild insistió que las comiese por el camino. El joven temía en cierto modo a Reigar, pues era duro y se enfadaba con facilidad. Su mujer era justamente lo opuesto, y además, parecía tenerle aprecio. Hacía mucho de aquello, pero aún recordaba que, años atrás, el alcalde y su mujer tuvieron un hijo. Pero era débil de salud, y llegada una época de escasez (no peor que la que se cernía sobre La Aldea), no soportó la falta de alimento y el punzante frío. Eikki se compadeció. Aún siéndole extrañamente incómodo cenar en la misma mesa que el alcalde, sentía que sería lo mejor para todos volver y aceptar la invitación. Suspiró, y se resignó a dar media vuelta.

-¡Ese Zakaria! ¡No morirá helado, pero logrará que todos los demás nos hundamos en los abismos helados del Infierno!-Rugió Reigar.
-Cálmate, Zakaria no es más que un viejo senil, no puede hacer daño a nadie. -Dijo su mujer tratándo de calmarle.
-Él y sus habladurías de los Antiguos ¿¡Qué sabrá él!? ¡Debería mandarle a otear el horizonte, y que muera helado!
-Zakaria es un hombre sabio, el último anciano, no debieras decir esas cosas de él. Ha hecho mucho bien por La Aldea, medicando a los enfermos con hierbas, y...
-Ni todas sus hierbas juntas pudieron...
-¿¡Pudieron qué!?¿¡Qué no pudieron, si puede saberse!?

     Eikki escuchaba curioso desde el otro lado de la puerta exterior. Parece que había llegado en muy mal momento, le sería mejor marcharse. Sin embargo, estaba preocupado, la discusión sonaba muy acalorada. Pero no había nada que él pudiera hacer.

-¡Calla, mujer! ¡Sé que también odias a Zakaria, por mucho que te esfuerces en disimularlo!
-Pero yo soy justa.
-Sólo Dios es justo, y ese Zakaria no hace más que desafiarle. ¡Estamos así por su culpa!  Mete malas ideas en los jóvenes, les va a hacer creer...
-Eres tú quien no es justo, eres tú quien esconde la verdad.
-¡No te atrevas a continuar!
-¡No mereces hablar en nombre de Dios! ¡Si fueses justo ya le habrías dicho a Eikki de dónde viene!
-¡Mujer! -Reigar alzó su mano en ademán de golpear a su mujer.
-¡Hay algo más allá de la Nada, y Eikki es la prueba viviente de ello!- Sollozó cerrándo los ojos y apartándo la cara a un lado
-Si tan justa eres, si crees que puedes hablar en nombre de Dios,-Reigar cerró los ojos, y ,tras un resoplido, bajó la mano lentamente, ya más calmado- ¿por qué no le has dicho al chico en qué estado encontramos a sus padres? ¿por qué no le dices que venían de más allá del horizonte? Adelante, condénale a morir helado, si tan justa eres.

   Y el alcalde salió del caserón, cerrando la puerta de golpe, dejando a su llorosa mujer atrás. Miró a ambos lados en plena oscuridad, y se puso la capucha de su abrigo. Se perdió en la fría oscuridad para dar un paseo que calmase su humor, y que dejase que su mujer se despejase en la calidez de la casa. Mientas, Eikki lo observaba escondido en la puerta al almacén, pálido y sorprendido, aún procesando en su mente la información que acababa de escuchar.


Pues he aquí un fragmento (recién improvisado) de la trama en torno a la cual haré el guión de un videojuego. Me parece constructivo emplear el blog para hacer partes que puede que desarrolle posteriormente (o que desheche). Ya se verá. Como esta parte era demasiado larga como para ponerla en una sola, haré una continuación de este fragmento más adelante. Espero que les haya gustado. ¡Un saludo!


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